Antiguamente -especialmente durante la Edad Media- la tortura estaba a la orden del día, llevándose a cabo prácticas completamente inhumanas.
La “justicia”, por llamarla de alguna manera, se servía de ciertos utensilios y mecanismos de tortura, ya fuera para que los criminales confesasen, o porque habían sido sentenciados a pena de muerte.
Sin embargo, estos instrumentos y técnicas no fueron usados únicamente por los órganos judiciales, sino también por grupos políticos, religiosos o militares.
Uno de ellos fue la Inquisición, término que hace referencia al conjunto de instituciones dedicadas a la supresión de la herejía, muchas veces castigada con pena de muerte. Fue fundada en el año 1184 en la zona de Languedoc -sur de Francia- aunque pronto se extendería por toda Europa y, con ella, todas sus prácticas aberrantes.
Muy usado durante la Edad Media, estaba destinado a destrozar, literalmente la cabeza de la víctima. La barbilla se colocaba en la barra inferior y el casco era empujado hacia abajo por el tornillo.
Las uñas de gato
La víctima era colgada desnuda por los brazos y, con un instrumento dotado de garfios afilados, era “rascado”, desgarrándole la piel y arrancándole la carne a tiras.
A menudo, los garfios penetraban tanto que dejaban el hueso al descubierto.
El potro
Uno de los instrumentos de tortura más conocidos...
Tumbaban a la víctima con las extremidades bien atadas.
Después, se accionaba un mecanismo de cuerdas y rodillos que hacía que el cuerpo se estirase en direcciones opuestas, provocando que los hombros y caderas se desencajasen.
La rueda
Se amarraba al sentenciado a la rueda y los verdugos le asestaban golpes con unos mazos enormes...
rompiéndole las articulaciones y cuidando de no asestarles ningún golpe fatal.
Después eran abandonados vivos sobre la rueda para que los cuervos y otras aves carroñeras terminasen el trabajo.
El destrozador de rodillas
El objetivo de este instrumento era inutilizar las rodillas de la víctima.
Tenía dos lados llenos de púas, cuya cantidad dependía del tipo de delito cometido.
Al colocar el artilugio en las rodillas, se giraban los tornillos para la que las púas rompiesen primero la piel, y después los huesos.
El burro español
Se colocaba al reo, desnudo, sobre una cuña de metal muy afilada.
Sin necesidad de un torturador, la víctima moría desangrada a causa de las heridas provocadas por la cúspide del potro y las pesas que llevaban colgadas de los pies.
Según la cantidad de peso, se alargaba más o menos la vida del torturado.
Collar, cinturón o brazalete con pinchos en la parte interior que se le colocaba a la víctima.
Al estar muy ajustado el collar, cada pequeño movimiento, incluida la respiración, le provocaba heridas que terminaban por infectarse y a gangrenarse.
En España fue un método de ejecución militar hasta el siglo XVIII.
Se atribuye la quema de seres humanos dentro de la efigie de un toro a Falaris, tirano de Agrakas (la actual Agriento, en Sicilia), que murió en el año 554 a.C.
Se metía al individuo en su interior y después se encendía un fuego bajo la barriga del toro. Los gritos de la víctima salían por la boca del toro y parecía que mugía.
Reservado generalmente a todos aquellos que intentaban matar, sin éxito, al rey. Las tijeras tenían dos cuchillas semicilíndricas que cuando se cerraban formaban un tubo largo y estrecho. El interior estaba lleno de púas y dientes afilados. Estas se calentaban al rojo vivo para ponerlas en los genitales.
Este gabinete de hierro fue pensado para encerrar a la víctima dentro de él.
La puerta se abría y cerraba a voluntad del verdugo.
Esta estaba plagada de hierros punzantes que herían a la víctima hasta causarle la muerte.
Se sentaba a la víctima y se le fijaba la cabeza a un poste de madera, del que salía, girando un tornillo, un punzón de hierro que penetraba y rompía las vértebras cervicales de la víctima, empujando todo el cuello hacia adelante, aplastando la tráquea contra el collar fijo. La víctima moría por asfixia o por la lenta destrucción de la médula espinal. Este método fue utilizado hasta principios del siglo XX en Cataluña y en algunos países latinoamericanos.
Este instrumento de hierro sujetaba al condenado por el cuello, las manos y los tobillos,
sometiéndolo a una posición incomodísima que le provocaba calambres en los músculos rectales y abdominales;
y a las pocas horas en todo el cuerpo.
Las muñecas de la víctima eran atadas por detrás de la espalda, se añadía una cuerda a esta ligadura y se izaba al acusado con un peso en las piernas.
Acto seguido, los húmeros se desarticulaban y, poco a poco, el resto de vértebras y huesos.
Este instrumento era colocado en la boca, el ano o la vagina de la víctima.
Después, por medio de un tornillo, el verdugo abría la pera hasta su máxima apertura, ocasionando que la cavidad quedase completamente destrozada.
La pera oral estaba destinada a los predicadores heréticos, la vaginal a las mujeres que cometían adulterio y la rectal a los homosexuales.
El taburete sumergible
Muy usado en mujeres acusadas de brujería. Se inmovilizaba a la persona en la silla y posteriormente era sumergida en el agua.
El proceso se repetía varias veces hasta que la víctima muriese ahogada o confesase.
Se ataba a la persona con alambre de espino y se le tapaba la boca con trapos para evitar que vomitase. Por medio de unos tubos, se le introducía agua por las fosas nasales hasta el estómago, llenándoselo completamente de agua. El forcejeo causado por el dolor al sentir el estómago a punto de explotar, hacía que el alambre se clavase en muñecas y tobillos.
Se trata de una de las torturas más antiguas y simples, pero terriblemente efectiva.
Los pulgares de las víctimas se colocaban en el instrumento, con intención de aplastarlos, lenta y progresivamente, por medio de un par de tornillos.
El desgarrador de senos
Las cuatro puntas de hierro desgarraban los senos de las mujeres condenadas por herejía, blasfemia, adulterio, aborto provocado, entre otros delitos, hasta convertirlos en masas completamente amorfas.
La Iglesia castigaba las infracciones menores mediante este método.
Muchas de estas máscaras incorporaban piezas bucales de hierro que mutilaban la lengua con púas afiladas y hojas cortantes.
Estas víctimas solían ser expuestas en las plazas públicas, donde solían ser maltratadas por la multitud.
La sierra
El reo era puesto en posición invertida, evitando así la muerte por desangramiento y que la víctima no perdiese el conocimiento.
De hecho, no se perdía hasta que la sierra no llegaba al ombligo o al pecho.
Esta técnica fue muy usada por la Inquisición, sobre todo, para ajusticiar a los homosexuales.